3 de septiembre de 2013

No intentar nada. Hacerlo.


A trompicones. Descarrilando. 

En estos días tan difíciles, en estas rachas y existencias tan difíciles, supongo que merece la pena creer en la tristeza como antidrama.

Se nos van tan rápido las ganas. Se asienta tan rápido la impotencia que ya no sé. 
El constante "¿Qué hago?".

Tonterías. Cállate ya. Ni que pudieras engañarte con la intención de escribir algo bonito que todo el mundo entienda y se sientan identificados. Siempre será personal. 

Siempre será. 
Para. Ahora. Sigue. 

Yo. Y mis ganas de romperme a la mínima de cambio. La facilidad que tengo para caerme y cogerle cariño al suelo tan rápido. 
Yo. Y mis sueños imposibles que me paso la vida odiando por ser imposibles. Y me paso la vida amando por ser imposibles. Y que me gusta que sean imposibles, porque sino no serían sueños.
Yo. Y mi odio hacia mi misma que tanto me empeño en ocultar.
Yo. Y mi miedo hacia ellos que tanto me empeño en disfrazar.
Yo. Y lo mucho que necesito que él sonría por mi. Ese egoísmo.
Y no poder evitar volar de esta manera, aunque el sol queme porque está demasiado cerca. 
Y no poder evitar quebrarme a ras de suelo, cuando no tengo fuerzas para alzar el vuelo. En vez de caminar y seguir viviendo como todo el mundo.

No los entiendo. Si cambiar es dificilísimo. Si cuando cambias todo son inconvenientes, dificultades, problemas y molestias. ¿Cómo es que ellos cambian tanto y tan rápido? Si yo nunca podré dejar de ser yo. Si, para bien o para mal. Sigo hundiendome. Sigo amándome y odiándome. Sigo sintiendome mal si te sientes mal. 

Sigo queriendo cambiar el mundo cuando no puedo cambiarme a mi. 

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