29 de diciembre de 2011

Escúchate.


Y allí me encontraba, frente a un cuaderno viejo, sin saber por dónde empezar. O por dónde terminar.

Mi sueño de toda la vida había sido ser escritora. Me encantaba leer. Conocía más escritores que la mayoría de los adultos que me rodeaban, a excepción de mi abuelo, el cual me enseñó casi todo lo que sabía.
En ocasiones hablábamos de filosofía. Otras veces inventábamos historias increíbles, normalmente basadas en libros que habíamos leido. Ese tipo de libros infantiles que solían contenter una chispa de madurez en su mensaje. Otras veces simplemente, nos sentábamos en el jardín, con un par de butacas viejas a leer, desde que terminabamos de comer, hasta que se iba el sol.
A pesar de mis ganas e ilusiones, jamás conseguí escribir nada que superara las cincuenta páginas, y las historias, que, con suerte, llegaban a esa cifra, acababan por no gustarme y por morir quemadas en la chimenea de los olvidos, como la llamaba mi abuelo. Un lugar donde iba a parar todo lo que escribiamos y de lo que nos arrepentíamos luego. Aunque él apenas la usaba y era poco partidario de ello. Creo que tan solo era una excusa, ya que, algo tenía que decirme, cuando le sorprendí quemando, con lágrimas en los ojos, una historia en la que trabajó durante dos años. Pero eso es otro cuento.

Aquel día, era el tercero desde que me decidí a escribir mi primer libro en condiciones. Como tantas otras veces.
Y, como tantas otras veces, solo tenía un cuaderno viejo, con la mayoría de páginas arrancadas, y las que aun conservaba, repletas de palabras sin sentido, tachones, garabatos y frases sueltas.

-¿Cómo vas, escritora?- Pronunció una voz a mis espaldas.
No supe si lo dijo en tono de burla o de modo cariñoso.
-Como siempre...- Contesté con un suspiro, mientras tomaba de la mano de mi abuelo, un vaso de leche que me ofrecía.
-¿Qué te preocupa?-
Y, Cómo no, siempre acertaba. Lo cierto es que, llevaba poco menos de un año con una "leve" preocupación que no me dejaba siquiera pensar en condiciones, sin acabar contradiciendome a mi misma a cada palabra que se me pasaba por la cabeza.
-Abuelo...- Casi suspiré. Me giré hacia él, con el vaso de leche entre las manos, y tras dar un pequeño primer sorbo, continué hablando.
-Creo que me he equivocado.- Me miró con una mezcla entre duda y sorpresa.-Me he pasado la vida soñando. Leyendo hasta no poder más, tú lo sabes. Seguramente haya leido todos los libros del mundo- Soltamos una pequeña carcajada.-Y tal vez eso no sea bueno.
-No comprendo.- Pronunció mientras dejaba notar que ponía aún más atención a lo que le decía.
-Creo que estoy loca.
Un largo silencio inundó la habitación, y mi abuelo mantenía una expresión tras la que parecía, se encontraban horas de risa contenida.
-Pero, ¿Qué dices?- Preguntó con una sonrisa. Suspiré.
-Sí, imagino demasiado. Pienso demasiado. Pienso demasiado en cosas que no existen, cosas que me encantaría que existieran y cosas que creo que puedo crear en las páginas de un libro.
-Pero, ¡Eso es buenísimo! Es justo lo que queremos, ¿No es así?.
-¿Cómo escribiría eso, abuelo? ¿Cómo podría yo escribir sobre lo que imagino diariamente? Sobre como quisiera que fuera el mundo, o las personas que quisiera que existieran en él- Bebí un par de sorbos de la leche, para ayudar a bajar el nudo que se me estaba creando en la garganta. -Es una locura. Le he hablado a tanta gente de lo que imagino, de lo que me gustaría crear, que muchos me toman por loca, y si escribiera un libro sobre ello, se lo tomarían más como la biografía de la niña loca que siempre habla de utopías, que como una buena historia.
-Pequeña- Dijo tras una pausa en la que mantuvo su mirada clavada en mi, con una extraña admiración. -Para ser escritor, hay que estar realmente loco.

Esto es lo que me robó el silencio, en una simple noche de jueves.

Solo supe amar aquella inexistencia de humanidad.


Solo supe amar aquella inexistencia de humanidad.

Todo lo que no me relacionaba con ellos. Lo que me hacía sentir que tenía a mi especie lejos. Y no sé si inferior o superior, pero apartada, distinta, y lo único que me hacía sentir bien. Lo único que me hacía dibujar una sonrisa sincera.
Porque no lo soporto. Porque odio esta misantropía. Pero odio más a los humanos. Porque solo me siento yo cuando los desprecio a todos, cuando me fallais y me doy cuenta de que no sirvió de nada darlo todo por vosotros. Que os basais en mentiras, hipocresía, promesas que nunca se cumplen y sentimientos que no sabeis controlar.

Solo supe amar aquella inexistencia de humanidad.

Flotar en el aire, solo con mi ilusión, solo con la alegría que sientes en el pecho durante el primer instante de un ataque de euforia. Flotar en el aire.
Poder acariciar la piel menos humana del mundo. Mirar esos ojos ausentes. Esos ojos verdes. Sonreir ante cualquier estupido calificativo con el que me etiqueten por saber ser feliz sin ellos.
La brisa que siempre corría en aquel lugar. Las teclas de aquel piano. Olvidar que existe la ley de la gravedad. Olvidar que existe el odio, el miedo, la desconfianza, las promesas, las propias palabras. Para sentir, nunca necesitamos palabras.

Solo supe amar, aquella forma de leerme una mente que yo nunca comprendí. Aquella forma de dar una existencia real por mi. Solo supe amar, aquel gran imposible, que era soñar contigo, que era ser feliz a tu lado. Solo supe amar aquellos recuerdos, y solo pude ver mi alma en aquellos momentos.
Solo pude ver vuestras almas cuando dejé de ver la mia. Solo pude ver vuestras almas desde aquel momento.

Esto es lo que me robó el silencio. Inexistente.


24 de diciembre de 2011

2012


De camino hacia el cambio, otro año, otra etapa. Y ya no es solo porque pasemos del 2011 al 2012, solo es un número. Pero, el 2011 ha sido un año de cambios continuos, y espero de este año que llega se calme todo un poco y pueda aplicar lo aprendido en el 2011.

Y bueno, la gente, suele proponerse cada vez que se cambia de año, algo para el año nuevo, varias cosas, y yo, nunca lo he hecho, pero esta vez sí lo voy a hacer, me hace ilusión. ¿Por qué no?

- Ser yo. No volver a intentar cambiar, por nada ni por nadie. Sentirme orgullosa de lo que soy, porque es lo que realmente quiero ser.
- Darlo todo por ELLOS. Las pocas personas que me han demostrado que se merecen mi cariño, mi compañía y todo mi apoyo.
- Ser más optimista. Sí, no es que la vida sea precisamente de color de rosa, pero tampoco es tan negra. Es más bien gris. De un gris plateado, que a simple vista no suele gustar a casi nadie, hasta que pasas largo rato mirándolo, hasta darte cuenta de que tiene cierto encanto. (Y pega con casi todo) Sí, ser optimista, mirar el lado positivo de todo, por muchos problemas que tenga, y no encerrarme en "No hay nada bueno y nada se va a solucionar"
- No agobiarme con pequeños problemas y hacer una montaña de un grano de arena.
- Ilusionarme. Pues he aprendido que no se puede ser feliz sin sueños e ilusiones. Y si me dan palos, pues saber encajarlos. Pero al menos no podré decir que no lo he intentado o que no he sido feliz aunque fuera por poco tiempo.
- Volver a leer. Volver a engancharme a la lectura como lo hacía antes, pasando noches en vela sumergida en un buen libro.
- No volver a odiar.
- Volver a amar.
- Volver a divertirme sacando sonrisas a las personas que me importan.
- Ser más egoísta en ciertas situaciones y menos en otras.

Y bueno, creo que ya. Según pase el tiempo tal vez cambie de opinión, pero lo que es seguro es que lo que he escrito hoy es lo que realmente quiero y lo que voy a intentar. Lo que me propongo para el nuevo año.
Además, añadir una promesa que le hice a un gran amigo, y que cumpliré:

- Luchar por mi felicidad, pase lo que pase.

Esto es lo que me robó el silencio. Soñando con el 2012.

2011


Momento de recordar. Como todas las últimas entradas del año.

Recordando lo más significativo de este año 2011, le recuerdo a él, a la persona que me enseñó a amar, a la persona que me enseñó a odiar, a los que me demostraron, que de verdad me quieren y están a mi lado, aunque no me lo mereciera en su día.
Este año he aprendido demasiado. No sabía que se podía vivir tanto en 365 días. Y aun quedan 7 días por delante.

Este año, he madurado más de lo que debía. He sufrido más de lo necesario. He reído cuando no era el momento, cuando nada encajaba, cuando todo estaba mal. He sacado fuerzas para seguir adelante, a veces insuficientes, y a veces más de las que debía, dejando todo mi alrededor hecho pedazos. Pero he aprendido a vivir ante todo.
He perdido personas, y he conocido otras nuevas. He aprendido a valorar lo que tengo y lo que soy, a no valorar tanto lo que intenta hundirme y no merece mi tiempo ni pena.
He descubierto quienes son los que de verdad merecen la pena, los que van a estar conmigo pase lo que pase, y he descubierto por quién tengo que estar pase lo que pase.

Me he conocido.
Sé lo que soy, y me siento orgullosa de ello. De mi pasado doloroso, de mi futuro inexistente y de mi extraño presente, siempre lleno de novedades y situaciones inesperadas. Pero esto soy yo, y no me arrepiento absolutamente de nada de lo que ha pasado este año. Sí, si hubiera hecho ciertas cosas de otra manera, tal vez todo hubiera salido mejor. Pero gracias a todo lo que ha pasado, hoy soy quien soy. Hoy tengo lo que tengo, y puedo sonreir. Puedo asegurar que he sido feliz, y que lo volveré a ser, porque sé serlo.

Y aún me queda mucho por aprender. Mucho por vivir, o eso quiero pensar. Me queda mucho por lo que luchar, mucho que descubrir, personas a quienes perder, personas a quienes ganar y experiencias que escribir. Y tal vez algún año, pueda ser más significativo para mi que este 2011, pero hasta ahora, ha superado a aquel triste 2008, y al resto de tandas de 365 días sin apenas importancia.

Esto es lo que me robó el silencio, en 2011.

19 de diciembre de 2011

Feliz navidad.

Bueno, navidad... Abrigos, bufandas, guantes, lucecitas de colores, turrón, regalos, amor e hipocresía.

Creo que este año me he dado cuenta de lo que realmente significa la navidad. De que me gustaba esa hipocresía más de lo que creía y de que los regalos de reyes son lo de menos.
Puede que sea por la misma nostalgia que no soy capaz de quitarmela de encima desde hace unos meses, pero, hay tantas cosas que echo de menos... Cosas que no voy a volver a tener...
Esperar en la puerta a que papá llegue del trabajo, después de dos semanas sin verle. Hacer viajes a Madrid todas las navidades de madrugada, que mis padres crean que estoy dormida y pasarme todo el camino mirando las estrellas. Coger libros viejos de casa de la abuela y pegarme horas leyendolos a escondidas, porque no me dejan cogerlos. Que mamá diga que nos quedemos en la habitación porque ha nevado y hace muchísimo frío fuera. No hacerle caso y salir a jugar con la nieve. Que me llamen para montar el arbol de navidad en familia y pelearme con mi hermano porque los dos queremos poner la estrella. Aplaudir al final de una película, aunque solo seamos 4 tontos. Hablar con mi padre de lo que entonces creía que era filosofía. Escribir durante horas, durante días, semanas, incluso meses y acabar dejando el libro a medias. Hablar con mi hermana sobre religión y con mi abuela sobre poesía. Escuchar "¿Sabes una cosa? Que te quiero más que a todas las niñas del mundo". Ponerle la "boina" a las bellotas de el arbol de casa de mis abuelos.
Echo de menos, pelar almendras con mi abuela. Jugar al dominó con mi abuelo. Hacer pulseras con mi madre y que mi padre me haga cosquillas. Echo de menos pelearme con mi hermano. El cariño que, al fin y al cabo, se les coge a los profesores del instituto, y a las bromas de los conserjes. Sacar al perro en invierno, con los cascos puestos y cantar a toda voz cuando llegamos a donde no nos oye nadie.
Pero por lo visto nada de eso va a volver a pasar. Ni vamos a tener fiesta en fin de año, en la que siempre algún niño llore porque se le ha metido espuma en un ojo. En la que todas mis tias van a abrazar a mi abuela cuando se comen la última uva, todos lloran y yo me pregunto por qué. No voy a volver a escribir un tema el último día del año por la tarde, para no olvidar los sucesos de el año que se acaba. Y me entristece. Sinceramente.

Todo lo que antes me parecía pesado, aburrido y pura rutina. Hipocresía y estupidez humana. Ahora me parece lo más bonito que podría pasarme estas navidades.
Que mi familia quisiera pasar las fiestas junta, como siempre. Ayudar con las compras de reyes y ser yo la que guarde el secreto de que mamá tiene un regalo para papá y papá tiene un regalo para mamá. Que me regalaran un buen libro viejo. Y haber puesto el arbol de navidad mientras escuchabamos villancicos (Cosa que siempre odié)

Pero bueno, lo que quiero decir con esto, es que hay pequeños placeres, cosas que vemos tan sumamente estúpidas y que no apreciamos y que son lo que realmente nos dan una felicidad increíble. Que la familia, hace más compañía de que la que creemos. Que, el estar con las personas a quienes más importas y que más te importan, es lo que, al final, te dibuja esa sonrisa que tanto te gusta. Que nada tiene tan poca importancia. Y que, mi infancia, al parecer ya pasó, que no puedo hacer cosas estúpidas, que ya no se me presenta la oportunidad de ilusionarme con cosas de crios. Pero lo voy a recordar siempre, como algo que me hizo realmente feliz.
Supongo que ya es hora de dar paso a otra etapa.

Esto es lo que me robó el silencio. De corazón, os deseo una muy feliz navidad.

12 de diciembre de 2011

¿Qué decir ahora?



¿Que te odio? ¿Que te echo de menos? ¿En serio? Si es que ya suena absurdo decir que pienso en ti.
Después de todo lo que pasó, después de todo el tiempo que ha pasado, debería ignorarte, o puede que odiarte a muerte, pero, ¿Echarte de menos? ¿Por qué? Puf... Serán las hormonas.
No tiene sentido pensar ahora en ti, y menos de este modo, pero, si de verdad supieras lo que sentí. Tal vez solo sea rencor. O puede que no, puede que realmente aún sienta algo, porque lo nuestro fue especial y los dos lo sabemos. Puede que fuera demasiado especial.
Y, realmente, no sé porque no consigo ignorarte.
Hay días que ni recuerdo que existes, días en los que hablo contigo como si fueras uno más, días en los que te tengo como un bonito recuerdo y días en los que cuando pasas por mi pensamiento, automáticamente elimino cualquier dato que pueda hacerme pensar en un nosotros. Pero hay días como hoy, en los que llego feliz de la calle, de pasar un buen día, pensando que mi vida está completa, que no tengo nada de que preocuparme y que el pasado se puede ir a la mierda. Y de repente, y sin venir a cuento, apareces tú, ahí, como si abrieras de una patada una puerta en mi pecho y te encadenaras a mi corazón reclamando tu lugar. Un lugar que te prometí, que escupiste y rechazaste, que trataste como una basura, y no aceptaste, en el pasado.
No lo entiendo, de verdad que no me entiendo. Por qué a pesar de todo, aun te echo de menos.

Y no puedo evitar ver que no eres tú, no puedo evitar verte hablar con otras personas y darme cuenta de que ese no es el chico al que yo conozco, que el que yo conozco es mucho más complejo, sí, más oscuro, más hijo de puta, pero más complejo. Que no eres un chico feliz y agradable que cae bien a todos con esa sonrisa de niño bueno, con la que me engañaste a mi. Pero finjes muy bien, y yo no ganaría nada quitandote la máscara ante nadie.
Puede que ese sea el fallo, conocerte demasiado, lo suficiente como para saber que estás engañando al mundo entero. Lo suficiente, como para saber, que tal vez, ahora que te conozco, estaría dispuesta a intentarlo de nuevo.

Pero, ¿Qué estoy diciendo?...

Esto es lo que me robó el silencio, un lunes cualquiera.

7 de diciembre de 2011

Y no volví.


Sentí como se me ponía la piel de gallina al oir sus gritos. Gritos que arañaban el alma, que rompían todos los sueños. Gritos que habrían cambiado el mundo, o al menos eso parecía.
Parecía que aquel era el último día de mi vida, solo con marcharme, solo con darme la vuelta e ignorar a la única persona que me había importando siempre, de una manera tan cruel. Justo en aquel momento.
Pero estaba cansado, yo tampoco podía con el peso de su dolor. Y, por supuesto que me dolía dejarle algo tan pesado a ella sola, pero no era mi deber ser fuerte en aquel momento, era el suyo.
Por más que andaba la sentía justo a mi lado. Jamás había escuchado gritos tan desgarradores, y era por mi, solo me pedía que volviera. Y yo había salido huyendo, sabiendo que era imposible para ella seguirme en aquel momento, sabiendo que le había arrancado el alma de cuajo. Sabiendo que yo, la única persona en la que confiaba la dejaba sola.

Y no volví. Sabía que necesitaba morir en vida, para poder resucitar y ser la persona más fuerte del mundo. Y seguí escuchando sus gritos de rabia, de desesperación, de odio y de amor, de lucha, hasta que llegué lo suficientemente lejos como para sentir la falsa tranquilidad de la soledad. De la verdadera soledad. Esa que te da el abandonar a la persona para la cual eres único.

Esto es lo que me robó el silencio. Y no volviste.

Tal vez aún no lo sepas.


Puede que no te des cuenta, de que el pasado puede ser más doloroso para unos que para otros.
Que el hecho de que te recuerden lo que un día fuiste, algo que se queda para siempre dentro de ti, puede destrozarte.
Que soy algo más que mi pasado, algo más que lo que fui, o lo que muchos quisieron ver. Que soy algo más que lo que inventaron de mi, o de lo que demostré, por confiar más de la cuenta.
Soy, a pesar de todo, una persona. A mi pesar a veces.
Porque veo que a veces quieren hacer daño, a veces lo hacen sin querer, pero siempre juzgan demasiado rápido.

He estado metida en lios. Sí. He estado al borde de la muerte. Sí. He estado amando y he aprendido a odiar. He dejado de amar hasta tal punto, que no sé si podré volver a hacerlo. Me he humillado, me han humillado, y me he mantenido en silencio, cuando tal vez debí hablar. He hablado más de la cuenta, cuando tal vez debí callar. He bebido más alcohol del que soportaría cualquiera con mi cuerpo. He fumado más mierda de la que pueden soportar mis pulmones. He gritado. He destapado secretos. He sentido una increible impotencia, al ver, que mi verdad solo servía para hacerme perder, mientras que sus mentiras, eran motivo de alabanza. He conocido de cerca a la ansiedad y a la demencia. He perdido los papeles. No he podido controlarme. He deseado matar y he deseado perdonar, ambos deseos inútiles.
He llorado durante tantas horas seguidas, que me dolían los ojos y me escocían las mejillas por culpa de las lágrimas.
Me han odiado, y me han amado. He imaginado demasiado, y he sido feliz. Pero estoy segura de que también he llegado a ser, aunque sea por un instante, la persona más infeliz del mundo.
Me he avergonzado de lo mismo que un día me hizo sentir orgullosa.
He mentido. Me han engañado. Y he abierto puertas que nunca debían de ser traspasadas.
Me he agarrado a un clavo ardiendo y he dejado escapar la mayor alegría, sin motivo alguno.
He sufrido. Y ante todo, he crecido.

He cambiado y he creido. He creido en mi y he seguido caminando. Sabiendo que ni tú, ni ellos, ni nadie, tendrá derecho a juzgarme jamás, como lo han hecho durante toda mi vida, porque ellos jamás estuvieron en mi piel.

Esto es lo que me robó el silencio, cuando el resto no entendía de llevar un pasado a cuestas.

5 de diciembre de 2011

Juro que no lo sé.


Juro que no sé de dónde saco esta fuerza, siendo la tía más débil del mundo.
Ni esta paciencia, ni este orgullo, ni las ganas. Con todas las veces que me he dejado hundir.
Pero sigue escociendo.
Recordar que nunca sale bien, que siempre soy yo la que da todo a cambio de nada y acaba quedándose vacía.
En fín, tengo el orgullo gravemente herido, ahora que sé que he perdido el tiempo y he dado todo lo que he podido de nuevo a alguien a quien no le ha importado lo más mínimo. Supongo que solo ha sido otro juego, de esos que les encantan tanto a todas las personas con las que me topo a lo largo de mi vida, para no variar.

Esto es lo que me robó el silencio. Dos. Solo dos.