12 de junio de 2013

¿Dónde estaba el miedo?

Vivíamos en blanco y negro siempre jugando al escondite. Precioso y triste. 

Decían que allí dentro todo era oscuro y daba tanto miedo, y dolía tanto... Decían que no se atrevían a entrar y por eso nunca fueron capaces más que de ver el gris de fuera, imaginar el negro de dentro e ignorar el brillo real. 

Y entrando por primera vez, con el corazón a mil, con el alma a millones de latidos por minuto, con los sueños al máximo y las ganas temblando. 
Y estando por primera vez encerrado voluntariamente. En la cárcel de tus costillas. Atrapado en la miel de tus sueños. 
Y por primera vez, acariciando. 
Sintiendo. 
¿Dónde estaba el miedo? Preguntamos. Nos preguntamos.
Y sin mediar palabra, sin rodar miradas. 
Entendimos lo poco que entendían esa magia. Entendimos lo poco que nos conocíamos y lo mucho que perdimos por culpa del miedo. 

Entramos en tantos sitios oscuros que creímos que la luz no existía. Pero nos equivocamos. 

¿Dónde estaba el miedo? Preguntamos. Nos preguntamos.

11 de junio de 2013

Y lejos.


Vámonos de aquí, maldita sea.

Vamos a quemar el mundo, a rodar cuesta abajo, a saltar desde el columpio.
Vamos a escribir hasta que nos duelan las manos. 
Vamos a reír hasta que nos duela la barriga. Lloremos.
Vamos a soñar hasta que nos duela la espalda de no levantarnos.
A desayunar tostadas, helados, café con nata y caramelo.

Vamos a bañarnos desnudos en cualquier lago, piscina, río o mar.
Vamos a contarnos cuentos.
A engañarnos, a pelearnos, gritarnos y odiarnos. 
Vamos a echarnos el humo de cada cigarro. 
Vamos a emborracharnos. 

Vamos a leernos El principito en bucle y a preguntarnos.
Vamos a acusarnos y a contarnos chistes malos.
Vamos a acariciarnos hasta desgastarnos.
Vamos a hacernos cosquillas. Vamos.

Vamos a romper puertas de tantos portazos.
Pero que ninguno sea el último.
Vamos a saltar en las camas y a romper acuarios.
 Vamos a ver la película que tú quieras, no la que queramos.

Vamos a vivir la película que queramos, no la que ellos quieran.


Inspiración - Insomnio. Toma 5.



Fuera lluvia y dentro paz. 
Un piano, un cigarrillo, un folio y una montaña de libros. 
Insomne. 

Suenan los pasos delicados de unos zapatos de charol caminando sobre el parquet. Lento. Casi flotan. 
La puedo ver a ella, seria, fingiendo una sonrisa por dentro. No le importa qué vean los de fuera. 

-Uno, dos, tres (...) quince, dieciseis, diecisiete (...) cincuenta...-Piensa para sí, contando cada paso que da, sin apartar la mirada del suelo.

La melodía triste de un piano suena en sus auriculares, aunque casi no lo percibe. El reproductor le cuelga del cuello a punto de caerse a cada paso. 
Empuja la puerta sin fuerza y siente la lluvia humedecer su cabello. Mojarla. Emapaparla.
Arranca los auriculares de sus orejas y deja caer el aparato al suelo embarrado. 
Preciosa. 


Salí tras ella después de un rato observandola, observando los charcos. Y ella era uno más. 
Cogí el aparato destrozado y manchado del suelo y se lo ofrecí sin recibir a cambio una sola mirada. 
-Creo que se ha estropeado.- Murmuré. 
Sabía que no iba a inmutarse. 
La estuve observando demasiado tiempo. La estuve observando desde el primer día en que llegó al centro y jamás la ví dirigir una palabra a nadie. Apenas un par de miradas cuando la obligaban. 
Pero la conocí. La conocía bien y sabía porqué estaba ahí. 
No había escuchado un solo rumor, pues no los había, pero se le veía en la mirada. 
No era bipolar, no era depresiva, no era anoréxica, no era víctima de nada.Y decidí.
-Gracias.- Le dije pretendiendo que nuestras mentes se fundieran con aquella simple palabra, que entendiese lo que quería. Que entendiese que la conocía. 
Y jamás sabré si lo conseguí o fue casualidad, pero ocurrió. 

No pude ver de dónde la sacó, ni en aquel momento ni en ningún otro.
Me miró a los ojos, apuntó y apretó el gatillo. Sonrió, por primera y última vez. Caí. Los pájaros volaron. Mi vista se nubló. Sonó un disparo más. 
Sonreí, por primera y última vez. 


Fuera lluvia y dentro paz. 
Un piano, un cigarrillo, un folio y una montaña de libros. 
Hoy, buenas noches.

Lo mejor de la muerte.







Nuestras vidas habían cambiado demasiado en poco tiempo y, de tan rápido, no dolía en absoluto. 

En aquel lugar se vivía sin pensar o pensando demasiado, y nosotros éramos de los que pensabamos demasiado. Que con 15 años nos sentíamos como hombres de 70. 
Que teníamos tanto que contar, que nos sobraban niños que hacer de nuestros nietos para contarles batallas y guerras, internas y externas a medias.
Pero, ¿Quién que no pensase iba a querer que sus niños se acercasen a nosotros?
Allí a nadie le convenía pensar ni saber. Todos eran más felices autoengañandose y viviendo sus vidas perfectas. Mentiras. 

A nosotros nos sobraban excusas para pensar más de la cuenta, para torturarnos a nosotros mismos y entre nosotros. Y nos lo agradecíamos. 

Sabíamos vivir de otra manera. De la manera buena.
Ellos decían que vivir al máximo era una forma de autodestrucción, de rebeldía, incluso a veces nos llamaban revolucionarios. Pero nos limitabamos a reirnos en sus estiradas caras. 
Odiabamos a los revolucionarios porque no revolucionaban nada. Gritaban y protestaban intentando llamar la atención de los no pensadores, siendo ellos iguales, para quedar por encima, para subir alto y ser importantes para el resto, ya que no eran capaces de serlo para ellos mismos. 
Nosotros nos amábamos. 
Nos amábamos tanto que nos destrozábamos. 

Habíamos experimentado todas o casi todas las sensaciones y emociones existentes a nuestra corta edad. 
Habíamos leído y aprendido más de lo que ellos aprenderían en su vida. 

Pero estabamos destinados a morir jóvenes.
Algunos decían que los pensadores, desde que nacemos, sabemos que somos distintos y por ello vivimos al margen de la sociedad, al margen de esos seres despreciables, que piensan que nosotros somos igualmente despreciables. 
Yo no lo creo. Yo creo que aprendemos observando. Yo creo que decidimos ser pensadores cuando nos damos cuenta de lo vacías que están sus vidas. De lo triste que es vivir poniendonos vendas a nosotros mismos y cegarnos ante lo malo y ante lo bueno e ilegal. 
Pero estamos destinados a morir jóvenes.
Algunos nos odian, nos envidian o les molestamos por no seguir las normas. 
Quizá cada vez somos más nosotros mismos porque sabemos que cada vez nos queda menos de nosotros mismos, que nos perdemos por el camino que andamos para encontrarnos.

Tal vez por ello, porque somos más listos, porque sabemos lo que nos depara el futuro, porque sabemos que no tenemos futuro, tal vez por ello aquel día decidí que ser del pequeño grupo de los pensadores, de los mártires, vividores y desechos sociales era lo mejor que me había pasado en mi corta vida. 
Y muerte.

Haz que duela el infinito.




Huímos rápido de allí. Aunque creo que nunca dejé de huir. 
Esta vez no estaba sola. 

No fue tan difícil como esperaba ni daba tanto miedo. 

La ciudad dijo que atardecía, pero nosotros sabíamos que estaba amaneciendo, que aquello, a pesar de ser un descanso, era como empezar desde cero. 

Claro que no nos conocíamos de nada, claro que debía estar temblando, claro que. Pero y qué. 
No había nada como huír, y nadie más que él sabía apreciarlo. Nadie más que él conoció el placer de pasar del odio al amor en un instante. Y viceversa. Y era casi tan bonito como aquellos momentos de soledad que tanto escocían. 

-Dime que no vamos a volver.-Me sorprendió. Sonreí. Y no respondí.-Dime que no volveré a ser yo.

Quería prometerle que no volvería a hacer daño a nadie, ni a sí mismo. Quería prometerle que aquellas no iban a ser las únicas horas en las que íbamos a confiar el uno en el otro, que habrían muchos más días. 
Quería prometerle.
Que no eramos errores, que merecíamos estar allí, entre toda esa gente, ignorando lo mucho que los odiabamos, que nos odiaban sin saberlo. 

-Si esto fuera infinito no sería mágico.

Y un carrusel, una librería, algodón de azúcar y videojuegos en centros comerciales. 
Pero era demasiado mágico para ser infinito.

Y comenzó a atardecer y se notaba más dentro que fuera. Y anocheció y dolió más dentro que fuera. Porque nada escapó. 
Atamos fuerte esos sentimientos y los escondimos dentro. 
Y volvimos a ser dos que se odian, que los odian, que nos odian.