11 de junio de 2013

Lo mejor de la muerte.







Nuestras vidas habían cambiado demasiado en poco tiempo y, de tan rápido, no dolía en absoluto. 

En aquel lugar se vivía sin pensar o pensando demasiado, y nosotros éramos de los que pensabamos demasiado. Que con 15 años nos sentíamos como hombres de 70. 
Que teníamos tanto que contar, que nos sobraban niños que hacer de nuestros nietos para contarles batallas y guerras, internas y externas a medias.
Pero, ¿Quién que no pensase iba a querer que sus niños se acercasen a nosotros?
Allí a nadie le convenía pensar ni saber. Todos eran más felices autoengañandose y viviendo sus vidas perfectas. Mentiras. 

A nosotros nos sobraban excusas para pensar más de la cuenta, para torturarnos a nosotros mismos y entre nosotros. Y nos lo agradecíamos. 

Sabíamos vivir de otra manera. De la manera buena.
Ellos decían que vivir al máximo era una forma de autodestrucción, de rebeldía, incluso a veces nos llamaban revolucionarios. Pero nos limitabamos a reirnos en sus estiradas caras. 
Odiabamos a los revolucionarios porque no revolucionaban nada. Gritaban y protestaban intentando llamar la atención de los no pensadores, siendo ellos iguales, para quedar por encima, para subir alto y ser importantes para el resto, ya que no eran capaces de serlo para ellos mismos. 
Nosotros nos amábamos. 
Nos amábamos tanto que nos destrozábamos. 

Habíamos experimentado todas o casi todas las sensaciones y emociones existentes a nuestra corta edad. 
Habíamos leído y aprendido más de lo que ellos aprenderían en su vida. 

Pero estabamos destinados a morir jóvenes.
Algunos decían que los pensadores, desde que nacemos, sabemos que somos distintos y por ello vivimos al margen de la sociedad, al margen de esos seres despreciables, que piensan que nosotros somos igualmente despreciables. 
Yo no lo creo. Yo creo que aprendemos observando. Yo creo que decidimos ser pensadores cuando nos damos cuenta de lo vacías que están sus vidas. De lo triste que es vivir poniendonos vendas a nosotros mismos y cegarnos ante lo malo y ante lo bueno e ilegal. 
Pero estamos destinados a morir jóvenes.
Algunos nos odian, nos envidian o les molestamos por no seguir las normas. 
Quizá cada vez somos más nosotros mismos porque sabemos que cada vez nos queda menos de nosotros mismos, que nos perdemos por el camino que andamos para encontrarnos.

Tal vez por ello, porque somos más listos, porque sabemos lo que nos depara el futuro, porque sabemos que no tenemos futuro, tal vez por ello aquel día decidí que ser del pequeño grupo de los pensadores, de los mártires, vividores y desechos sociales era lo mejor que me había pasado en mi corta vida. 
Y muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario