5 de septiembre de 2013

Rencor.


Este rencor que nos tenemos el espejo y yo no puede ser sano.

Intento mirar con otros ojos esta situación, pero siempre llego a la misma conclusión y es que debo de ser una persona de lo más superficial por darme tanto asco. Cuando mirar fotos de cualquier otra persona me hace sentir envidia y rabia. 

Intentar hacerme peinados frente al espejo, peinados que a cualquiera les queda bien y sentirme una mierda cuando, al terminar tras una hora, parezco aún más imbécil. 
Salir de compras y ver la ropa que a todas les queda bien menos a mi. Entrar en quince probadores y salir con ganas de ahorcar a la dependienta con esos pantalones.
Despertarme cada mañana y tener que repetirme en cuanto me veo lo fea que soy, porque es lo que veo. 

Y supongo que, en el fondo, soy una superficial de mierda, por fijarme en eso, por no intentar destacar con mi increíble personalidad (nótese la ironía), sino pretendiendo parecerme en lo más mínimo a cualquiera de esas chicas que tanto me gustan. Cualquiera es mejor que yo. 

Para colmo, no es que sea capaz de destacar en algo. 
Yo solo soy la chica que lee mucho y que intenta escribir algo bueno y nunca le sale. 
Casi que lo prefería cuando era la hija de puta que jodía su vida cada día. Que al menos no era invisible para el mundo. 

Y no es que lo que quiera sea que todos me miren, simplemente quiero dejar de sentirme como un muro de ladrillo viejo y feo al final de un callejón. Aburrido y con el que a nadie le interesa cruzarse. 

Quiero sentir que hay algo en mi que todavía puede sacar algo bueno de la gente. Aunque sea una mirada, aunque sea un "Qué ojos más bonitos tienes" un "Me gusta cómo escribes" o "Gracias por tu música". Como antes. 

¿Tanto he cambiado? ¿Tanto que he pasado de sentirme orgullosa de mi misma a darme este asco? 
No me soporto porque no soy nada. Ni para mi ni para el mundo. 

4 de septiembre de 2013

Se quiebra.


Siempre será el mismo cuento de caer y levantarse. De flotar en el vacío. De volar a ras de suelo. 
Siempre será el mismo intento de arreglarnos y rompernos. De quedar por encima. De ser más. 

Siempre el orgullo va a venir a intentar salvarnos, sin darse cuenta de que es él quien nos destroza.
Y esta cabezonería no se va. Pero queda esto. 

Nuestro último suspiro. La penúltima ocasión de redimirnos. 

Como figuras de cristal en la repisa de alguien que ya no limpia el polvo.

3 de septiembre de 2013

No intentar nada. Hacerlo.


A trompicones. Descarrilando. 

En estos días tan difíciles, en estas rachas y existencias tan difíciles, supongo que merece la pena creer en la tristeza como antidrama.

Se nos van tan rápido las ganas. Se asienta tan rápido la impotencia que ya no sé. 
El constante "¿Qué hago?".

Tonterías. Cállate ya. Ni que pudieras engañarte con la intención de escribir algo bonito que todo el mundo entienda y se sientan identificados. Siempre será personal. 

Siempre será. 
Para. Ahora. Sigue. 

Yo. Y mis ganas de romperme a la mínima de cambio. La facilidad que tengo para caerme y cogerle cariño al suelo tan rápido. 
Yo. Y mis sueños imposibles que me paso la vida odiando por ser imposibles. Y me paso la vida amando por ser imposibles. Y que me gusta que sean imposibles, porque sino no serían sueños.
Yo. Y mi odio hacia mi misma que tanto me empeño en ocultar.
Yo. Y mi miedo hacia ellos que tanto me empeño en disfrazar.
Yo. Y lo mucho que necesito que él sonría por mi. Ese egoísmo.
Y no poder evitar volar de esta manera, aunque el sol queme porque está demasiado cerca. 
Y no poder evitar quebrarme a ras de suelo, cuando no tengo fuerzas para alzar el vuelo. En vez de caminar y seguir viviendo como todo el mundo.

No los entiendo. Si cambiar es dificilísimo. Si cuando cambias todo son inconvenientes, dificultades, problemas y molestias. ¿Cómo es que ellos cambian tanto y tan rápido? Si yo nunca podré dejar de ser yo. Si, para bien o para mal. Sigo hundiendome. Sigo amándome y odiándome. Sigo sintiendome mal si te sientes mal. 

Sigo queriendo cambiar el mundo cuando no puedo cambiarme a mi. 

7 de agosto de 2013

Erase una vez un hombre que murió. Fin.


Tenía un gato de color azul. 
Él siempre decía que era de un gris especial, pero yo sabía que era de color azul. Azul marino por la noche y azul cielo por el día. Era un gato mágico, pero nunca maullaba. Nunca hasta aquel día. 

Recuerdo que siempre le preguntaba porqué no escribía sobre él. Al fin y al cabo era lo más importante que poseía, al menos lo más llamativo. Él solía cerrarme la puerta a milímetros de mi nariz y gritar algo que no entendía porque cuando lo gritaba ya estaba demasiado lejos. 

Solía sentarme en la rama más alta de aquel árbol que nació, creció y murió frente a su casa. Aunque él solo pudo contemplar como estaba. Como permanecía, sin ningún cambio aparente. Sin ninguna novedad. Sin nada que contar. 
Él solo supo contemplar como permanecía. 
Yo mientras tanto espantaba el vaho que revoloteaba frente a su ventana, las gotas de lluvia que pretendían ahogarse en el reflejo de esta. Yo mientras tanto, contemplaba. 

Aprendí de él, aunque él no supiera nada. Porque no sabía nada. 

Y cuando dormía, cada noche, me colaba en su refugio. Y ojeaba cada uno de sus folios en blanco, de sus textos tachados, de sus libros a medio leer. Demasiados libros a medio leer. ¿Cómo iba a esperar algo de alguien que no escribía sobre su gato azul y que leía tantos libros a la vez? 

Escribía mucho, pero leía más. Creaba y destruía. Nunca quiso ser feliz porque decía que la tristeza le daba inspiración, y sin ella no era nada. 
"Para un artista la felicidad es castigo." 
Y vivía. O creía vivir. 

Pasaba días encerrado, intentando no fijarse en mi presencia frente a su ventana sucia, o empañada. O las dos. 
Pasaba días dando portazos. Pasaba días prohibiendo maullar a su gato azul, tachando textos, quemando folios, empezando libros, bebiendo café y dejando de fumar. 
Pasaba días convenciéndose de que lo importante para ser artista era la perseverancia. 
Pasaba días siendo un artista. O creía. 

Y jamás abandonaba aquel empeño. Jamás dejaba de batir las alas y dar saltos torpes. Jamás dejaba de censurar al mundo para que el suyo pudiera salir adelante. 

Hasta que una noche de niebla y lluvia, de olor a café y de equilibrismos en aquel árbol, una noche de acabar libros y escribir hasta el final, un gato azul golpeó con su hocico una ventana empañada, se sentó en el alféizar y maulló. Maulló toda la noche. 

-Él ya murió. Murió hace mucho. 

12 de junio de 2013

¿Dónde estaba el miedo?

Vivíamos en blanco y negro siempre jugando al escondite. Precioso y triste. 

Decían que allí dentro todo era oscuro y daba tanto miedo, y dolía tanto... Decían que no se atrevían a entrar y por eso nunca fueron capaces más que de ver el gris de fuera, imaginar el negro de dentro e ignorar el brillo real. 

Y entrando por primera vez, con el corazón a mil, con el alma a millones de latidos por minuto, con los sueños al máximo y las ganas temblando. 
Y estando por primera vez encerrado voluntariamente. En la cárcel de tus costillas. Atrapado en la miel de tus sueños. 
Y por primera vez, acariciando. 
Sintiendo. 
¿Dónde estaba el miedo? Preguntamos. Nos preguntamos.
Y sin mediar palabra, sin rodar miradas. 
Entendimos lo poco que entendían esa magia. Entendimos lo poco que nos conocíamos y lo mucho que perdimos por culpa del miedo. 

Entramos en tantos sitios oscuros que creímos que la luz no existía. Pero nos equivocamos. 

¿Dónde estaba el miedo? Preguntamos. Nos preguntamos.

11 de junio de 2013

Y lejos.


Vámonos de aquí, maldita sea.

Vamos a quemar el mundo, a rodar cuesta abajo, a saltar desde el columpio.
Vamos a escribir hasta que nos duelan las manos. 
Vamos a reír hasta que nos duela la barriga. Lloremos.
Vamos a soñar hasta que nos duela la espalda de no levantarnos.
A desayunar tostadas, helados, café con nata y caramelo.

Vamos a bañarnos desnudos en cualquier lago, piscina, río o mar.
Vamos a contarnos cuentos.
A engañarnos, a pelearnos, gritarnos y odiarnos. 
Vamos a echarnos el humo de cada cigarro. 
Vamos a emborracharnos. 

Vamos a leernos El principito en bucle y a preguntarnos.
Vamos a acusarnos y a contarnos chistes malos.
Vamos a acariciarnos hasta desgastarnos.
Vamos a hacernos cosquillas. Vamos.

Vamos a romper puertas de tantos portazos.
Pero que ninguno sea el último.
Vamos a saltar en las camas y a romper acuarios.
 Vamos a ver la película que tú quieras, no la que queramos.

Vamos a vivir la película que queramos, no la que ellos quieran.


Inspiración - Insomnio. Toma 5.



Fuera lluvia y dentro paz. 
Un piano, un cigarrillo, un folio y una montaña de libros. 
Insomne. 

Suenan los pasos delicados de unos zapatos de charol caminando sobre el parquet. Lento. Casi flotan. 
La puedo ver a ella, seria, fingiendo una sonrisa por dentro. No le importa qué vean los de fuera. 

-Uno, dos, tres (...) quince, dieciseis, diecisiete (...) cincuenta...-Piensa para sí, contando cada paso que da, sin apartar la mirada del suelo.

La melodía triste de un piano suena en sus auriculares, aunque casi no lo percibe. El reproductor le cuelga del cuello a punto de caerse a cada paso. 
Empuja la puerta sin fuerza y siente la lluvia humedecer su cabello. Mojarla. Emapaparla.
Arranca los auriculares de sus orejas y deja caer el aparato al suelo embarrado. 
Preciosa. 


Salí tras ella después de un rato observandola, observando los charcos. Y ella era uno más. 
Cogí el aparato destrozado y manchado del suelo y se lo ofrecí sin recibir a cambio una sola mirada. 
-Creo que se ha estropeado.- Murmuré. 
Sabía que no iba a inmutarse. 
La estuve observando demasiado tiempo. La estuve observando desde el primer día en que llegó al centro y jamás la ví dirigir una palabra a nadie. Apenas un par de miradas cuando la obligaban. 
Pero la conocí. La conocía bien y sabía porqué estaba ahí. 
No había escuchado un solo rumor, pues no los había, pero se le veía en la mirada. 
No era bipolar, no era depresiva, no era anoréxica, no era víctima de nada.Y decidí.
-Gracias.- Le dije pretendiendo que nuestras mentes se fundieran con aquella simple palabra, que entendiese lo que quería. Que entendiese que la conocía. 
Y jamás sabré si lo conseguí o fue casualidad, pero ocurrió. 

No pude ver de dónde la sacó, ni en aquel momento ni en ningún otro.
Me miró a los ojos, apuntó y apretó el gatillo. Sonrió, por primera y última vez. Caí. Los pájaros volaron. Mi vista se nubló. Sonó un disparo más. 
Sonreí, por primera y última vez. 


Fuera lluvia y dentro paz. 
Un piano, un cigarrillo, un folio y una montaña de libros. 
Hoy, buenas noches.

Lo mejor de la muerte.







Nuestras vidas habían cambiado demasiado en poco tiempo y, de tan rápido, no dolía en absoluto. 

En aquel lugar se vivía sin pensar o pensando demasiado, y nosotros éramos de los que pensabamos demasiado. Que con 15 años nos sentíamos como hombres de 70. 
Que teníamos tanto que contar, que nos sobraban niños que hacer de nuestros nietos para contarles batallas y guerras, internas y externas a medias.
Pero, ¿Quién que no pensase iba a querer que sus niños se acercasen a nosotros?
Allí a nadie le convenía pensar ni saber. Todos eran más felices autoengañandose y viviendo sus vidas perfectas. Mentiras. 

A nosotros nos sobraban excusas para pensar más de la cuenta, para torturarnos a nosotros mismos y entre nosotros. Y nos lo agradecíamos. 

Sabíamos vivir de otra manera. De la manera buena.
Ellos decían que vivir al máximo era una forma de autodestrucción, de rebeldía, incluso a veces nos llamaban revolucionarios. Pero nos limitabamos a reirnos en sus estiradas caras. 
Odiabamos a los revolucionarios porque no revolucionaban nada. Gritaban y protestaban intentando llamar la atención de los no pensadores, siendo ellos iguales, para quedar por encima, para subir alto y ser importantes para el resto, ya que no eran capaces de serlo para ellos mismos. 
Nosotros nos amábamos. 
Nos amábamos tanto que nos destrozábamos. 

Habíamos experimentado todas o casi todas las sensaciones y emociones existentes a nuestra corta edad. 
Habíamos leído y aprendido más de lo que ellos aprenderían en su vida. 

Pero estabamos destinados a morir jóvenes.
Algunos decían que los pensadores, desde que nacemos, sabemos que somos distintos y por ello vivimos al margen de la sociedad, al margen de esos seres despreciables, que piensan que nosotros somos igualmente despreciables. 
Yo no lo creo. Yo creo que aprendemos observando. Yo creo que decidimos ser pensadores cuando nos damos cuenta de lo vacías que están sus vidas. De lo triste que es vivir poniendonos vendas a nosotros mismos y cegarnos ante lo malo y ante lo bueno e ilegal. 
Pero estamos destinados a morir jóvenes.
Algunos nos odian, nos envidian o les molestamos por no seguir las normas. 
Quizá cada vez somos más nosotros mismos porque sabemos que cada vez nos queda menos de nosotros mismos, que nos perdemos por el camino que andamos para encontrarnos.

Tal vez por ello, porque somos más listos, porque sabemos lo que nos depara el futuro, porque sabemos que no tenemos futuro, tal vez por ello aquel día decidí que ser del pequeño grupo de los pensadores, de los mártires, vividores y desechos sociales era lo mejor que me había pasado en mi corta vida. 
Y muerte.

Haz que duela el infinito.




Huímos rápido de allí. Aunque creo que nunca dejé de huir. 
Esta vez no estaba sola. 

No fue tan difícil como esperaba ni daba tanto miedo. 

La ciudad dijo que atardecía, pero nosotros sabíamos que estaba amaneciendo, que aquello, a pesar de ser un descanso, era como empezar desde cero. 

Claro que no nos conocíamos de nada, claro que debía estar temblando, claro que. Pero y qué. 
No había nada como huír, y nadie más que él sabía apreciarlo. Nadie más que él conoció el placer de pasar del odio al amor en un instante. Y viceversa. Y era casi tan bonito como aquellos momentos de soledad que tanto escocían. 

-Dime que no vamos a volver.-Me sorprendió. Sonreí. Y no respondí.-Dime que no volveré a ser yo.

Quería prometerle que no volvería a hacer daño a nadie, ni a sí mismo. Quería prometerle que aquellas no iban a ser las únicas horas en las que íbamos a confiar el uno en el otro, que habrían muchos más días. 
Quería prometerle.
Que no eramos errores, que merecíamos estar allí, entre toda esa gente, ignorando lo mucho que los odiabamos, que nos odiaban sin saberlo. 

-Si esto fuera infinito no sería mágico.

Y un carrusel, una librería, algodón de azúcar y videojuegos en centros comerciales. 
Pero era demasiado mágico para ser infinito.

Y comenzó a atardecer y se notaba más dentro que fuera. Y anocheció y dolió más dentro que fuera. Porque nada escapó. 
Atamos fuerte esos sentimientos y los escondimos dentro. 
Y volvimos a ser dos que se odian, que los odian, que nos odian.

27 de mayo de 2013

La más bella carta de amor a Venus.






Eran tan fuertes las ganas de volar que nos rompimos las alas en el despegue. 
Éramos tan libres que nos importaba una mierda serlo.
Todo era tan fácil que todo parecía difícil. 

Podía ver su sonrisa, sus ojos grises, brillando a la vez, corriendo por aquel lugar prohibido.
Y fue inevitable. 

Como lluvia ácida, sentía que se me derretía dentro algo que no era el corazón. Sentí que resbalaba por mis pulmones y me oprimía el pecho. Sentí que escocía demasiado para ser algo bueno.
Sentí que me extinguía con ella. 
Sentí que me estrellaba en una de sus curvas, que perdía el compás de la danza de su cabello, que se me resbalarían los dedos si intentaba tocar algo tan suave. 

Como una bomba de relojería con el cable rojo ya cortado. 
Miró en mi dirección y me perdí. 
Me sonrió fijamente y me eché a llorar por dentro. 

Flotaba tan bien que no podía más que sentir una inmensa presión sobre mi. 

Tumbada en aquel lugar prohibido, cerrando las cortinas de seda que cubrían sus ojos. Enlazando sus dedos con los de una tristeza tan bella que no era posible mirarla durante más de dos instantes seguidos. 
Una pestaña y un deseo. 
Una vela y una carta perfumada. 
Crema solar y el trigo. Que se nos clavaban las espigas. 
Que te me clavabas. 

Batido de vainilla y uvas robadas. 

Sus pasos eran más que un baile y su existencia mucho más que un accidente. 
Cómo escocía su existencia. 
Cómo escocía su inexistencia.

Toma nosecuantos.




El cigarro se consume pero soy yo la que arde.
Toma 1.

Ya no es como tocar las teclas de un piano.
La lluvia ya no es poesía. Las lágrimas ya no son dulces. Peor, no son amargas.
Yo ya no soy.
Una maleta a medio hacer, un billete medio comprado y un viaje en el que solo pienso.
¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué ya no soy capaz de adorar esto?
Ante fluía. Era mágico.
Ahora me siento como una cáscara vacía, como un envoltorio arrugado.
Ya no puedo soltar lo de dentro porque dentro no hay nada.
Pero no me siento vacía. Estoy llena de vacío. Que es algo.
Inútil.


16 de mayo de 2013

Hasta que la rendición nos separe.


Como si importara de donde procediera toda esa sangre, esas voces, ese sonido chirriante.
Como si importara si fuera ella o la persona que veía desde fuera.

Miraba su propio cuerpo, en aquella habitación tan pequeña y vibrante. Todo temblaba, todo, menos la chica a la que miraba delante de ella.

-No te reconozco así.
-No me conoces de ningún modo.

Solo acercarse a ella escocía, sentía que se le quedaba el cuerpo dormido y tenía que mantenerse al menos a un metro de ella.
Si se acercaba más de la cuenta podía sentir la sangre saliendo de los poros de su piel, los ojos hinchandose, las ojeras escociendo, el pecho pesando demasiado.

Y tenía que decidir si acercarse y morir con ella o quedarse lejos y vivir viendo como ella moría.
Viendo como sonreía con lágrimas en los ojos y arañaba las paredes. Viendo como su mirada no era capaz de enfocar nada existente.
Escuchando sus gemidos, sus gritos ahogados. Observando sus convulsiones involuntarias.

Podía sentir como gritaba en silencio, como pedía ayuda. Como pedía una ayuda horrible como que alguien fuera capaz de arrancarle el corazón del pecho en el menor tiempo posible.
Podía sentir como sus fuerzas se iban desvaneciendo y como poco a poco, podía acercarse a ella. Cada vez escocía menos.

En lo que fue una vida entera, pasó todo. Su mirada se perdió en la oscuridad de aquella habitación, que poco a poco se iba agrandando y dejando de vibrar y las fuerzas la abandonaron.
Ya no podía ofrecer resistencia, ya no podía suplicar ni desgarrarse el alma.
Solo podía sentir como su pecho se movía arriba y abajo y aquel escudo desaparecía.

Entonces, la espectadora pudo acercarse a ella sin sentirse morir, tumbarse a su lado, acariciarle la mejilla hasta que cae la última lágrima y disculparse sin decir una sola palabra.

14 de mayo de 2013

Despierta.







¿Cómo iba yo a saber que aquellos monstruos seguían vivos?
Siempre supieron ocultarse demasiado bien. 

¿Cómo iba yo a saber que volverían? 

-¿Caroline?-Sonó casi en un susurro.-¡Caroline!

Abrí los ojos y el mundo se aclaró. Tomé aire. Parpadeé y me incorporé. 

-¡Estoy en la bañera, Pam, ahora salgo!

Me puse de pie y me aclaré. 
Lo mejor sería no pensar, desde luego, pero ahora sabía que no se habían ido, que aquellos monstruos, sombras, o como fuera que se llamaran seguían cerca. Cerca de mi, cerca de Pam y cerca de todos nuestros seres queridos. Afectando a todos y cada uno de ellos como en su día afectó a nuestra madre del mismo modo. 

Las gotas de agua ardiendo resbalaban por mi piel y el vapor apenas me dejaba ver. 
Me enrollé una toalla al cuerpo y salí por la puerta del baño, con aquella humareda detrás. 

-Uh, incendio.- Rió Pam. 
-Ojalá.-Hastío.-¿Cómo estás?
-Carol, por favor, anímate un poco, acabas de salir de darte un larguísimo baño caliente, cualquier mujer en tu lugar sería la más feliz del mundo.-Murmuraba algo en voz baja mientras recogía la casa, la cual había dejado patas arriba.-Ah, bien, estoy bien, vengo de echar curriculums. Tú deberías hacer lo mismo. No podemos seguir en esta situación. En dos meses no podrémos pagar...
-Pam, tengo que hablar contigo.- La interrumpí sentandome en el sofá y sintiendo como se empapaba. 
Mi hermana me miró muy seria de repente, como si me hubiera leído la mente. Sentí como resbalaban dos gotas por mi espalda. Me dio un escalofrío. 
-¿Qué ocurre, Caroline?- Preguntó con preocupación mientras se sentaba a mi lado con una bola de papeles arrugados en la mano. 
-Verás... No ha acabado. Las sombras. Siguen aquí.- Casi me da un infarto cuando se echó a reír de repente. Evidentemente, esperaba una reacción muy distinta. 
-Caroline, ya sé que las sombras siguen aquí. Siempre estarán aquí. Siempre estaré aquí.- El cuerpo menudo de Pam empezó a crecer hasta que se transformó en una enorme silueta negra de ojos verdes claros, demasiado claros y aliento a hierro. ¿O era sangre? -Sabes que odio que me llamen sombra.-
Una voz comenzó a gritar en mi cabeza, una voz aguda y chirriante, cuya misión parecía ser hacer que mi cráneo estallara en mil pedazos.
Los ojos de Pam, mejor dicho, de aquella sombra, pues ya no era mi hermana, estaban cada vez más cerca de los míos, eclipsandolo todo. Pude sentir la presión de sus manos en mi cuello. Pude sentir el sonido del metal afilandose, como si saliera de alguna parte de su cabeza para introducirse directamente en la mía. Y aquel grito horrible no paraba. 
Pude sentir la sangre en mi boca y un terrible dolor en el estómago. Un corte. La sangre brotar. 

Sentí que me ahogaba en sangre extrañamente helada. 

Abrí los ojos y el mundo se aclaró.


29 de enero de 2013

Uf. Nada.



Decía que siempre había algo que escribir.
Supongo.

Es como respirar sin asfixiarse. Demasiado rápido. Hasta que duele.
Es como cuando los ojos no quieren llorar pero algo de dentro quiere romper.
Saber tanto que no tienes ni idea.


-

Estúpido. 
No voy a intentar no escribir lo que siento. 

Qué destrozo. Qué forma de hundirse. Qué romántico. 
Es precioso y horrible. 

No sé reaccionar. No sé cómo debería ser, en quién debo creer, en quién debo confiar. Pero sé lo que quiero.
Quiero estar aquí, aunque escueza. 
Quiero escucharle hasta no entenderle, quiero echar de menos hasta que la ansiedad me pueda, quiero escribir lo mucho que odio querer sentirme bien, quiero luchar por los imposibles estúpidos por los que no hace falta luchar, quiero entender y desentender. Quiero ser yo. Y vaya mierda.