16 de mayo de 2013

Hasta que la rendición nos separe.


Como si importara de donde procediera toda esa sangre, esas voces, ese sonido chirriante.
Como si importara si fuera ella o la persona que veía desde fuera.

Miraba su propio cuerpo, en aquella habitación tan pequeña y vibrante. Todo temblaba, todo, menos la chica a la que miraba delante de ella.

-No te reconozco así.
-No me conoces de ningún modo.

Solo acercarse a ella escocía, sentía que se le quedaba el cuerpo dormido y tenía que mantenerse al menos a un metro de ella.
Si se acercaba más de la cuenta podía sentir la sangre saliendo de los poros de su piel, los ojos hinchandose, las ojeras escociendo, el pecho pesando demasiado.

Y tenía que decidir si acercarse y morir con ella o quedarse lejos y vivir viendo como ella moría.
Viendo como sonreía con lágrimas en los ojos y arañaba las paredes. Viendo como su mirada no era capaz de enfocar nada existente.
Escuchando sus gemidos, sus gritos ahogados. Observando sus convulsiones involuntarias.

Podía sentir como gritaba en silencio, como pedía ayuda. Como pedía una ayuda horrible como que alguien fuera capaz de arrancarle el corazón del pecho en el menor tiempo posible.
Podía sentir como sus fuerzas se iban desvaneciendo y como poco a poco, podía acercarse a ella. Cada vez escocía menos.

En lo que fue una vida entera, pasó todo. Su mirada se perdió en la oscuridad de aquella habitación, que poco a poco se iba agrandando y dejando de vibrar y las fuerzas la abandonaron.
Ya no podía ofrecer resistencia, ya no podía suplicar ni desgarrarse el alma.
Solo podía sentir como su pecho se movía arriba y abajo y aquel escudo desaparecía.

Entonces, la espectadora pudo acercarse a ella sin sentirse morir, tumbarse a su lado, acariciarle la mejilla hasta que cae la última lágrima y disculparse sin decir una sola palabra.

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