25 de septiembre de 2012

Tara.


Y entonces supe que nunca la comprendería. 
Era como mirar esa parte de mi con más personalidad, con más sonrisas y más lágrimas, con todas las emociones multiplicadas por infinito. 

Al principio, como cuando intento conocerme, me pareció desagradable. Decía todo demasiado claro. Hacía lo que quería en cada momento sin pensar si estaba bien, mal o molestaría a alguien. Pero, tras meses observándola a veces desde lejos, a veces desde cerca, vi que tenía momentos que te hacían sentir la necesidad de estrecharla entre tus brazos hasta que desapareciera y te permitiera darte cuenta de que no es real. Nadie así podía ser real. 
Se sentaba bajo un árbol simplemente para ver cómo ascendía el humo de los cigarrillos que fumaba continuamente. Ignoraba el resto del paisaje, que cualquiera pensaría que merecía la atención de cualquiera. Decía que ella era demasiado como para definirse, pero demasiado poco como para creerse rara. Le daba demasiada importancia a aquella palabra. 
Y sonreía, sobretodo sonreía de forma que a mi, personalmente me resultaba desagradable, ya que, cada vez que lo hacía, soltaba una risita aguda y estúpida. Tanto que a veces no sabías si era hipócrita o parte de ella. 

A veces me daba la sensación de que vivía más en cualquier otro mundo invisible, para todos nosotros, que en el nuestro. 
A veces hablaba de gente que, o no conocíamos, o no existían. 
Ellos aseguraban que ella tampoco los podía conocer, ya que la vieron nacer, morir crecer, crecer, morir y crecer. 

Al principio, le cogí manía al olor de su perfecto pelo dorado: Una mezcla entre tabaco y vainilla. 
Solía esparcir perfume de vainilla por todas partes. 

Pero, realmente, era más lista que todos nosotros. 
Cuando se ausentaba en aquel rincón que llamaba hogar y dormía entre cenizas, cuando pasaba horas mirando el humo, cuando se dejaba flotar en el lago sin importarle quién la viera desnuda, cuando dormía en una rama de un árbol o le hacía trenzas a los caballos en la cola, hacía algo más que cosas sin sentido, vivía. 

Ella hacía lo que quería cuando quería, y nadie sufrió más por ello. 

¿Cuántas veces estuvo a punto de morir por escalar más alto de lo que debía? ¿Por meterse con quien podría matarla casi de un soplido? ¿Por cortarse las piernas para sentir un escozor que según decía, a veces le resultaba agradable?

"Si no vives al borde, no estás viviendo" Aún no sé si lo entendí, pero sé lo que hace ella. 

Podría cambiar en cualquier momento, de hecho, cambia en todo momento. 
Ella no es de un modo, de otro, no quiere ser. Ella es. Solo eso. 

No sé si se da cuenta de lo peligroso que es. Yo seguiré observándola, más de lejos que de cerca. 

Podría ser como ella. Podría ser ella. ¿Quién sabe si lo soy?

Esto es lo que me robó el silencio, mientras, ella, bajo un sauce.

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