16 de enero de 2012

¿Tú lo admitirías?


A veces pensar que eres la persona más cobarde del mundo, no sirve como excusa.
A veces arriesgar no es lo más adecuado, pero, ¿Por miedo? Tal vez por saber el final.
Entonces finges, finges como nadie, creyendo que finges como todos.
Sigues dándolo todo por una sonrisa, sabiendo y odiando que sea la única que ha conseguido hacerte avanzar, aún sobre este mundo. Pero eso no importa. ¿Qué más da como te encuentres tú? Si lo que importa realmente es la otra persona.
Lo que importa es una excusa, una palabra, un instante, un abrazo, un roce de su piel, una promesa. Cualquier estupidez con tal de estar a su lado, aunque se te vacíe el alma. Tras cada mirada, vuelve a llenarse, tras cada sonrisa, rebosa, y entran ganas de llorar de felicidad cuando te das cuenta de que has conseguido evitar que él llorara de tristeza. Pero finge, que no se dé cuenta.

Siempre aposté por el todo o nada, o tengo lo que quiero o me alejo, pero no, eso puede destruirte, como bien supe siempre, aunque insistiera en ese juego.
No puedo largarme, ni quiero, ni debo, es imposible dejar que mi alma se vacíe del todo, es imposible no esperar, no vivir con la esperanza de que algún día te darás la vuelta y te darás cuenta de que sigo ahí, esperando como una estúpida. Es imposible no levantarme cada mañana y que tu sonrisa sea lo que me de fuerzas, aunque el resto sea una mierda.

Ser realista, y darme cuenta a pesar de todo, de que mi espera será eterna, de que nunca voy a decir lo que siento, porque sería arriesgar demasiado, sería arriesgar lo único que nos hace felices. Y yo no podría hacer eso.

Pero da igual. Yo sigo aquí, y seguiré toda la vida. Y la siguiente si existe, y la siguiente y la siguiente, y sé que en ninguna de esas supuestas vidas, podré separarme de ti, que no querré hacerlo.

Que prefiero rota a tu lado, que lejos de ti entera.

Esto es lo que me robó el silencio, hoy.

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