7 de mayo de 2012

Donde debemos estar.




Decidí perder de vista todo lo que podría haber observado. 

Ya habían pasado años y yo seguía en aquel lugar. Un lugar donde nunca había sido aceptada. 

Desde el principio, nadie me vio capaz. Desde luego aquel no era mi mundo, pero, ¿Por qué no iba a aprender a vivir como ellos? ¿Por qué por el hecho de venir de otro lugar no iba a saber respetar su forma de vida? Me odiaban. Sabían lo que mi raza hacía. Sabían que eramos seres subdesarrollados, aun con la capacidad de ser inmensamente más grandes que ellos. Sabían que teníamos el poder para destruir su mundo en cualquier momento, pero eramos demasiado ciegos como para siquiera saber que existía. 
Me consideraban una más de esos, una más de ellos, una tonta, una ciega, cruel, mentirosa, hipocrita, destructora. Como un gigante de 5 metros sin cerebro que destruye todo a su alrededor al menor movimiento, sin ser consciente. 
Siempre me mantendrían lejos de sus costumbres. 

Y a pesar de todo, yo siempre sentí que mi alma pertenecía a aquel lugar mucho más que a mi mundo. Que aunque me despreciaran, aunque no confiaran en mi, aunque me vieran como un bicho raro, había un trozo de todo aquello en mi. Un trozo de mi en todo aquello. 

Tal vez las ganas, la ilusión y el luchar porque todo saliera bien. Por sentir que algún día formaría parte de aquella gran familia.Tal vez el hacer por aquel lugar, lo que nunca había hecho donde había nacido. Por querer a cada una de aquellas personas, millones de veces más de lo que podría haber querido a alguien de mi raza, a alguien de mi propia familia. 
Para mi, ellos eran mi familia.

Y no me importaba si Tara huía de mi con sus gritos histéricos cada vez que algo me salía un poco mal y creía que lo iba a destrozar todo. No me importaba que Jane me echara de la aldea y me hiciera pasar frío lejos de las cabañas de fuego. No me importaba siquiera que Jacob agachara la mirada con decepción cada vez que recordaba, muy a su pesar, que yo no pertenecía a ese lugar.
No me importaba nada de eso.

Solo miré a mi alrededor, respiré hondo, sonreí, y sentí que el pecho se me inundaba de felicidad. 
Sentí las pequeñas piedrecitas escurrirse entre mis dedos al coger un puñado de arena. De esa arena que no había en mi mundo. O tal vez que yo amaba demasiado en aquel como para poder encontrarle algún parecido. 
No me importaba lo difícil que fuera. Allí era donde debía estar. Allí era donde quería estar. Allí estaría. Y pondría todo mi esfuerzo. Pondría toda mi vida, para ser uno de ellos. 

Miré hacia el cielo, con la sonrisa en el rostro aún, y pude ver la sombra de un dragón sobrevolando mi cabeza, en dirección a Kazul. 
Volaría por encima de las cabañas, de la granja de Jane, del mercado que para mi eran inmenso, de la pequeña finca de Tara y de todas sus colillas de cigarrillos con olor a vainilla, el cuartel de Jacob, el hospital y el lago. Y todo en apenas unos minutos. 
Mientras, todos alzarían la vista al cielo, los más pequeños señalarían al dragón plateado y sonreirían imaginándo su futuro a lomos de este. 
Entre tanto, yo seguiría ansiando aquel futuro. Yo seguiría dispuesta a dar lo que fuera por estar unida a todos los habitantes de aquel pequeño poblado por el mismo destino. 
Ellos no tenían que hacer nada por demostrar que lo merecían, ellos ya habían nacido allí, ellos acabarían a lomos de aquel dragón, o cualquier otro. Ellos volarían lejos y volverían con cientos de medallas. Ellos aprenderían a usar la magia y serían entrenados por quienes yo no tenía derecho a ver siquiera personalmente. 

Pero, ¿Qué importaba? Yo allí era feliz. Prefería luchar, darlo todo, por algo que tal vez fuera imposible, que no luchar y tener todo sin quererlo. 
Yo allí era feliz.

-Kay, estás donde debes estar- Me susurré con una sonrisa. 

Esto es lo que me robó el silencio, lejos.

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