29 de noviembre de 2012

Ella.



Nunca la vi tan lejos. 
Sus heridas dejaron de ser románticas y su sonrisa histérica había desaparecido. 
Ya no olía a vainilla y su cabello rubio no parecía una catarata dorada, si no, más bien, una cortina de paja. 
El humo de cada cigarrillo ya no salía de su boca con la misma elegancia que lo había hecho desde el primer día. Escapaba rápidamente a través de sus labios como si huyeran de un ente demasiado triste. Formaba una linea recta que desaparecía en apenas un segundo. 
Aquel humo ya no bailaba un vals a su alrededor. 
Sus escasas risas, además de fingidas, eran casi suspiros. 
El sauce lloraba menos que ella. Pero eso nadie lo sabía. 

Tal vez era una más de sus rarezas. Tal vez se cansó de ser caóticamente feliz. Tal vez nunca fue feliz y lo acababa de descubrir. 

Nunca nadie la entendió y quizá aquello de sobrevivir la agotó. Pero yo no pensaba eso. 

Ella jamás se rendiría. A Ella no le importaba si el resto la entendía. Ella no dejaría de ser ella. 
Le gustaban sus heridas y curárselas cada día. 
Le gustaba fumar lentamente proyectando bailes con el humo. 
Le gustaba ese perfume horrible con olor a vainilla y canturrear dando saltos con una sonrisa absurda en el rostro. 
Ella jamás se rendiría. 

Simplemente, ella, no era Ella. 

Querido silencio, estaba recordando a Tara. 

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