20 de noviembre de 2012

En una madrugada cualquiera.



Nos colamos por las rendijas de aquella madrugada. 
Reptamos bajo las puertas medio abiertas con una risa reprimida. Una sonrisa en los labios. 
Fuimos siempre como dos reclusos, pájaros sin alas, jaulas sin puerta, amor sin odio. 
Nos faltó siempre el empujón del enemigo para regalarle la confianza al barranco. 

Atravesamos las ventanas cerradas, casi sin hacer ruido y dormimos en aquel colchón que crujía demasiado como para pasar desapercibidos. 

Fuimos siempre como dos niños castigados. Como dos niños sin caramelos, sin juguetes y sin un solo capricho. Como sentarnos en la silla de llorar a tragar nudos en la garganta. A intentarlo. 

Pero aquella noche fue distinto. 

Las pupilas brillaron y algo rozó algo. Piel con piel. Aire con aire. Alma con alma. Corazón con vacío. 
Algo palpitó y sentimos la utopía. Y sonreímos con una mueca. Sonreímos sin saber sonreír. 
Algo vibró, algo gritó, algo se silenció, algo cambió, algo volvió a su lugar, algo se encajó y algo se descolgó. 

No volvieron a haber corbatas bien puestas, ni apuntes organizados. 
No volvieron a escucharse reprimendas ni la palabra "Responsabilidad". "Orden". 
No volvió a haber insomnio involuntario ni despertadores. Ni pájaros sin alas ni jaulas sin puerta ni amor sin odio. 
Y era todo lo que necesitábamos. 

Y es todo lo que necesitamos. 

Esto es lo que me robó el silencio. Noviembre. 


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